Cuando salió el primer teléfono inteligente, el iPhone, que apareció en el 2007, el mundo realmente se revolucionó, porque ahora el teléfono se volvería una especie de dispositivo universal el cual podía tener programas (ahora le llaman aplicaciones o “apps”), que servirían para toda clase de situaciones. Así, podríamos jugar una inmensa cantidad de juegos de video en las pantallitas del teléfono, o incluso, poder escribir textos usando no sólo primitivos editores de palabras, sino complejos procesadores de textos. Vamos, nuestro mundo sería otro totalmente.
Steve Jobs creó la App Store de Apple, la cual hizo tres cosas:
- Eliminó en gran medida la piratería, porque las aplicaciones (programas), se descargaban de una tienda virtual y el compartir el software descargado simplemente era imposible porque no había ninguna facilidad para ello;
- Bajó radicalmente el precio de muchos programas comerciales. Por ejemplo, los programas de ajedrez más poderosos, que costaban para la PC unos 50 dólares, redujeron su precio a unos 10 dólares por unidad;
- Creó toda una nueva industria de software en donde el nuevo sueño de hacer dinero, por parte del desarrollador de software, parecía sería la creación de apps.
Y recuerdo cuando tuve mi primer teléfono inteligente y empecé a navegar por la tienda virtual. Era increíble la cantidad de opciones. De ahí salió Angry Bird, el cual fue un gran éxito en su momento y en donde su creador, la empresa Rovio Entertainment Corporation, obtuvo más de mil millones de descargas y si pensamos que su modelo de negocios era “regalar” la aplicación pero tener que pagar eventualmente por abrir los siguientes niveles, es claro que Rovio hizo el negocio de su vida.
Y quizás de ahí nació la idea de que las apps serían el siguiente formato para escribir apps y que poco a poco las aplicaciones para máquinas de escritorio empezarían a desaparecer, pues todo estaría en el teléfono. Y sí, ya hay muchas apps que podemos ver en nuestros dispositivos móviles, pero claramente la fiebre de las apps ya desapareció. Hoy -cuando nos hacemos de un nuevo teléfono- lo que hacemos es descargar las apps más interesantes o necesarias, por ejemplo Waze, para que nos guíe por la ciudad, Facebook y Twitter, si es que usamos las redes sociales, y quizás el juego de moda…
Pero la realidad es que tengo la impresión que la fiebre por tener toda clase de apps ya dejó de existir. Quizás la gente se cansó. Tal vez lo que ocurrió es que de pronto había una aplicación para casi cualquier cosa: eventos que tenían una caducidad, pero que con la app correspondiente podíamos estar informados, por ejemplo, o bien esas apps que eran simpáticas, como aquella que simulaba que el teléfono era una cerveza y la “bebíamos”, inclinando el dispositivo.
Así pues, creo que se acabo el encanto de las apps en muchos sentidos. Y sí, siguen surgiendo decenas de apps (o cientos, no sé), al mes, pero parece ser que dejó de ser la “nueva mina de oro” de los programadores pues finalmente hay muy pocas apps súper-exitosas (digamos como Google Maps o Waze). Tal vez no es que se haya acabado el encanto sino que se ha saturado el mercado, lo cual puede ser una explicación.
¿Pero qué piensan los lectores de unocero? ¿Todavía descargan decenas de aplicaciones en sus teléfonos? ¿O cuál es el comportamiento actual en este sentido?