Las redes sociales, con todos los beneficios que implican a nuestra existencia -y más allá de las lecturas sobre filtración de datos personales-, me parecía que nos habían vuelto seres incapaces de generar empatía, reflejado en la intolerancia ante convicciones opuestas a la nuestra y en la manera en que hacemos caso omiso a la desgracia ajena que vemos posteada.
Pero subrayo el “parecía”, porque recién tuve una experiencia que me hizo ver el lado humano de ellas y que me hizo constatar que existen personas dispuestas a ayudar desinteresadamente.
Eran las 7 pm del 8 de octubre y recibí una llamada que me dejó helado: mi perro se había escapado de la casa (por culpa del albañil, quien dejó la puerta abierta).
Pensé que jamás volvería a ver a mi Krueger, quien tiene 11 años y una enfermedad neuronal degenerativa que le provocó que sus patitas traseras ya no le respondan tan bien. Necesita medicamentos todos los días y dieta especial.
Encontrándome triste, lleno de rabia y medio en shock, lo primero que hice fue pedirle ayuda a algunas de las personas que más quiero y que hacen de Twitter su playground.
Me ayudaron al instante. Publicaron en Facebook y Twitter fotos de Krueger; alguien más hizo un cartel de perro extraviado que posteó en redes (y que también se imprimió y pegó en varios postes). En cuestión de minutos llegaron los shares y retuits en primer grado -los de los conocidos-, y de ahí los posts se compartieron de tal manera que alcanzaron a mucha gente buena, amante de los peludos y que sin conocer a los dueños difunde los mensajes y se preocupa.
Empezaron a llegarme varias llamadas y mensajes de gente completamente desconocida, todos en torno a otra publicación de una chica que se había encontrado un perro parecido al mío afuera de un restaurante de la Colonia Cuauhtémoc.
Por las fotos que subió, era muy probable que fuera el Pelonchas -uno de tantos apodos de mi Krueger. Al contactarla por Facebook, dio un apunte valioso: la chica que encontró al perro vivía en el edificio del restaurante.
Al llegar al edifico, la chica que lo rescató dijo que lo había encontrado afuera de una tienda (que está por mi casa), que lo vio nervioso y claramente extraviado, y que no lo podía dejar así. Por eso se lo llevó a su departamento y lo dejó afuera por si alguien lo reconocía.
También dijo que no se lo podía quedar y que por ello le pidió a la señora que le ayuda que se lo llevara a su casa.
El destino final de la cruzada fue la casa de la señora, hasta Acueducto, al norte de la CDMX, en donde efectivamente había un Perro Pelón -otro apodo de Krueger- que quizá ya había asumido que no regresaría a su hogar.
Esta historia llena de desesperación, adrenalina, viajes, anuncios pegados en postes y posts en redes sociales acabó pasada la media noche, y ahora no me queda duda del poder de Twitter y Facebook para casos como este, sobre todo en una época en la que, aparentemente, gobierna la falta de empatía y la alta intolerancia.
También me quedo con una reflexión: sigue habiendo gente buena en el mundo, empezando con todas las maravillosas personas que de inmediato se movieron y me ayudaron en redes, continuando con las que me llamaron y mensajearon sin conocerme y terminando con las que hicieron posible que un Pelonchas perdido estuviera a salvo y alimentado y regresara con bien a casa.
A todas ustedes, personas, GRACIAS.