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¿Qué le ocurrió a la JennyCam?

Jennifer Ringley fue la primera persona que decidió hacer su vida pública a través de una cámara conectada a Internet. En 1996 la mujer de...

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Jennifer Ringley fue la primera persona que decidió hacer su vida pública a través de una cámara conectada a Internet. En 1996 la mujer de entonces 19 años de edad, compró una webcam y la puso en su cuarto. Conectó el asunto de manera que cada 15 minutos la cámara tomara una foto y la enviara automáticamente a su sitio: Jennicam. Su experimento fue una primera mirada al futuro digital, mucho antes de Twitter, Facebook o Instagram. Jennicam fue un éxito monumental. Empezó a aparecer en los medios y sus fans seguían su vida a detalle.

Entonces un día, después de 7 años, esta mujer normal, famosa en Internet, desapareció de la red. ¿Por qué? Jenni comparaba su experimento con ver a un animal comer y alimentarse. “Al final estaba exhausta. Tuve que desarrollar una piel gruesa tanto para lo bueno como lo malo. Hay gente con la que me gustaba conectarme y no quería tampoco dejar de confiar en los que se acercaban a mi página”. Era una especie de show de televisión. De alguna manera una especie de “The Truman Show” real. “Era básicamente un reto el programar un script que tomara una foto y la subiera a mi sitio”, dice Jenni. “Lo compartí con algunos de mis amigos y pensé que todo estaba bien”. Pero entonces fue cuando un periódico australiano escribió sobre ella y las cosas se salieron de control. “Fue algo a lo que no estuve definitivamente preparada”.

La estudiante compartió todo, sin censura, sobre su vida, en lo que llamó “un zoológico virtual humano”. “No soy actriz, bailarina o comediante”, se lee en su página web. “Jennicam no está editado o censurado, excepto por los huéspedes tímidos (que respeto). Todo sale como lo ve la cámara.

Jennicam advertía que no siempre estaba en casa y podría pasar que se viesen imágenes de la casa desocupada por horas o días en algún momento. Así es la vida, decía. “Podía esta trabajando en mi computadora, ver televisión o teniendo intimidad. Podrías ver nada más que gatos todo el día”, aclaraba.

Y Jenni hacía ver que dejaba la cámara prendida no porque quisiese ser vista, sino porque no le importaba ser observada. Era una especie de experimento que le fascinaba. “Así que siéntete libre para ver o no, como tú quieras. No estoy aquí para que me quieran o me odien. Estoy simplemente aquí para ser yo misma”.

Pero el experimento dejó de serlo. De alguna manera los mirones empezaban a armar una historia en la vida de Jenni y en ocasiones había quizás algún desnudo de ella, sin afán de provocar, simplemente se había quitado su ropa en su propia casa. Los momentos privados eran los que parecían tener mayor aceptación entre los fans de la Jennicam. Y cuenta la protagonista: “La primera vez que nos empezamos a besar mi novio y yo, el sitio se congeló inmediatamente por la cantidad de gente que quería entrar. Y lo noté porque escuché que un beep había sonado”. Y aunque el contenido XXX incidental empezaba a ocurrir, Jenni decidió simplemente ignorar la cámara y pretender que no estaba ahí.

Jenni dice: “No voy a negar que hay cierta inseguridad en todo esto cuando se tienen 19 años. Es natural buscar la aprobación pero aún así intenté no escuchar demasiado o retroalimentarme con lo que la gente decía”. Entonces Jenni se mudió a Washington DC y obtuvo un trabajo en diseñar páginas web. Un superfan le dio muchas webcams para que las conectara en su nuevo apartamento y es cuando ella decidió ya ponerle un alto al asunto. En su mejor momento, Jennicam tenía siete millones de hits por día.

Entonces ocurrió otro fenómeno: muchas otras personas decidieron copiar la idea de Jenni. Eventualmente decidió quitar su sitio: “La vida empezó a hacerse más lenta en la medida que me hacía más grande y tenía un trabajo que hacer cotidianamente. Se vive una rutina y ya no hago tonterías cada cinco minutos como cuando una es jovencita. Es un poco más aburrido”.

Después de borrar su sitio quitó todas las cámaras. Todo se fue a una caja en el garage. Cuando se casó, cambió su apellido por el de Jennifer Johnson. Ya regresó a la oscuridad en línea. No tiene Facebook, Instagram o Twitter. La pregunta sería entonces ¿cuál es la moraleja de esta historia?

Referencias:

News (Australia)

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