Tengo Windows 10 en una computadora HP que tiene quizás un año de uso, aproximadamente. Originalmente tenía Windows 7 pero migré al flamante sistema operativo de Microsoft que, efectivamente, es sin duda mucho mejor que las versiones anteriores. Desde Windows 8 el sistema se ha estado depurando y el gigante de las ventanas ha hecho caso a algunas peticiones de los usuarios, por ejemplo, el botón de inicio, que en las primeras versiones de Win 8 no existían. La interfaz “metro” (que después cambió de nombre por problemas de derechos de autor), finalmente parece ser una de esas características que a nadie le importa. Yo particularmente veo un mejor Windows, con prácticamente cero pantallas azules de la muerte. El mundo comienza a ser mejor, me parece.
Pero he aquí que de pronto Windows 10 despliega un mensaje indicando que debo actualizar el sistema. En mi más pura inocencia le digo que sí y prontamente el sistema se pone a descargar quién sabe qué tantas cosas. Cuando termina de bajar todo lo que requiere, el sistema decide que ya va a instalar todo y me saca de lo que estaba haciendo. Y comienza entonces la pesadilla.
Windows 10 decide que hay muchas cosas nuevas que instalar, mejoras inaplazables, quizás muchas de ellas de seguridad, y el sistema comienza a decirme el porcentaje de avance de la actualización. Pasan unos 20 minutos y dicho porcentaje sigue en cero. Pero se escucha el disco duro indicando que hay actividad. El sistema me advierte de no apagar la PC o desconectarla. Como no veo que avance y tengo cosas que hacer, me pongo a trabajar como en el pasado, con lápiz y papel.
20 minutos después regreso a ver los avances de la actualización… 2%… ¿2%? ¿En serio? y pienso “bueno, al menos está avanzando”. Salgo a la calle porque debo comprar algunas cosas. Tardo unos 40 minutos y regreso. Me acerco al monitor y observo el nuevo avance: 7%.
Decido que me tengo que armar de paciencia y regreso a mi trabajo rudimentario de regresar al lápiz y al papel. Avanzo, sí, pero a cada rato me siento con la necesidad de entrar a Internet y buscar información. En otro momento me quiero dar un “break” y ver qué tanto pasa en Facebook y Twitter. Pero nada de eso tengo ya. Windows 10 sigue en su frenética batalla por terminar la actualización,
La siguiente vez que me acerco veo que ya va en 25%. ¡Maravilloso! (pienso para mis adentros) y quiero suponer que el avance no será lineal, sino exponencial y que irá más rápido. Pero no. A pesar de mis creencias, el sistema se niega a ayudarme siquiera a sentirme mejor. Entonces ya fastidiado me digo a mí mismo: “Pues que acabe cuando quiera, yo me pondré a leer”, y me fui a mi cama, abrí un libro y a la media hora me quedé dormido. Cuando desperté, una hora después, fui a ver si ya había acabado. Y sí, había terminado… O eso creí. El sistema me pedía rearrancar y eso hice.
¿Y qué pasó entonces? Que Windows 10 me habló como si fuese mi más cariñoso amigo indicando con un “Hola” y luego un letrero en la pantalla que ahora aplicaría las mejoras que instaló. ¿Qué? Sí, eso. Y entonces comenzó esta nueva tarea, de la cual me estuvo informando cada 20 a 30 segundos. De pronto me dijo algo como esto: “Las actualizaciones están tardando algo más de lo esperado…” y de nuevo, me sentí ya francamente molesto. Pero ya no había marcha atrás. Después de las tres horas previas tenía que dejar terminar todo el proceso.
Finalmente terminó. Arranqué. Tardó la primera vez un poco más que de costumbre pero ya estoy aquí, escribiendo esta experiencia que francamente es lamentable. Ninguna actualización debería hacer pasar al usuario por este galimatías. Ahora entiendo porqué los usuarios no quieren actualizar sus sistemas y se mantienen en peligro latente de seguridad. Pero no es culpa de ellos totalmente. No es que sean desidiosos, es que francamente estas actualizaciones te dejan sin computadora por unas cuatro horas. Eso no puede ser.
Por cierto, ¿algún lector/lectora binarios ha tenido experiencias similares a la mía?