El software fue el primer «objeto» que fue susceptible de ser pirateado. El hecho de que duplicar una pieza de software (a través de algún programa para este propósito), generara una copia exacta del original, hizo que de inmediato alguien pensara que bien podría pasar a sus amigos o incluso venderles, copias de un original, iniciando así una cadena de piratería. La velocidad de la tecnología fue siempre más rápida que el de las leyes y por ende, siempre lo legal estuvo más de un paso atrás de los avances en este rubro.
Las empresas de software hicieron muchas cosas para evitar ser pirateados. Se iniciaron esquemas de protección contra copia, desde los más simples hasta los más complejos y sofisticados. Sin embargo, a la par se crearon programas para copiar lo «incopiable», bajo la premisa de que si la computadora podía leer un disco, debía haber manera de duplicarlo. Y entonces de nuevo, las empresas de software crearon discos con marcas físicas, que no podían ser reproducidas, o «dongles«, pequeños dispositivos que se conectaban en algún puerto de la computadora y que evidentemente, no se podían duplicar por cualquiera. Pero de nuevo, ante este artilugio, los piratas lograron parchar los programas para que no leyeran la protección física del disco o bien, para brincarse cuando el software iba a la rutina de revisar el dongle correspondiente.
Pero hubo otras empresas que decidieron tomar otro camino. Por ejemplo, la compañía original Borland, que por mucho tiempo se dedicó a hacer compiladores muy rápidos, tenía la política de no proteger su software. Sus compiladores costaban unos 50 dólares y tal vez por ello, se vendieron millones de veces. Y seguro tuvieron mucha piratería, pero quizás la política de «es mejor vender mucho de algo, aunque nos pirateen miles», pareció ser un buen «modelo de negocios», si es aplicable la expresión.
La piratería en muchos casos ha sido un asunto de amigos, de compartir, y es por eso que ningún esquema de protección de software ha funcionado, porque en mucha medida va contra lo que la gente hace. Es en realidad simple: si llega un amigo a tu casa y ve un programa que usas, le gusta, y te lo pide, a ti no te cuesta nada hacerle una copia. Difícilmente hallarás un argumento como: «no te puedo copiar el disco, es ilegal». No se puede ir contra los usos y costumbres de los seres humanos y es por ello que todos los sistemas anti-piratería tienden a fallar.
Y es que en el fondo hay un elemento de la piratería que parece haberse olvidado: si mucha gente usa un programa determinado, probablemente mucha gente a la postre lo compre por razones varias: tal vez porque entre a trabajar en un despacho donde ese software requiere de ser legalmente comprado, o bien, porque fiscalmente es importante estar con la ley, etcétera. Es decir, un programa muy pirateado implica que mucha gente lo usa y eso hace que sea popular, y al ser popular, hay más probabilidades de que las personas en algún momento decidan comprarlo, y en ocasiones porque no quieren caer en la ilegalidad o porque ya ganan lo suficiente para hacerse del software original, etcétera. Razones puede haber muchas.
Pero en este camino de tener muchas personas que usan un programa pirateado, ahí radica la posibilidad de tener éxito en el negocio del software. Un programa que usa poca gente probablemente tampoco tendrá muchas ventas. En alguna medida estamos hablando a algo parecido al esquema que usan los ‘spammers’. Mandan millones de correos con anuncios de diferentes bienes y servicios que ofrecen. Si un 1% de esos millones les compran, ya fue negocio.
Una vez platiqué con Kim Kokkonen, un programador de Turbo Pascal (con una empresa llamada TurboPower, ya desaparecida), que después hizo algunas herramientas en Delphi y Kylix. Le comenté que todas sus bibliotecas de funciones para Turbo Pascal tenían mucho código que otros podrían decir que era de ellos. Me contestó con algo así como: «no creo, los programadores son gente en general leal y confiable».
Por todo lo anterior, de nuevo creo que hay que revalorar el esquema de quienes piratean software. Las compañías que hoy en día hacen programas, cansadas del pirateo y de decir que pierden dinero (aunque en realidad dejan de ganar), han establecido ahora esquemas para usar el software en la modalidad de renta: ¿quieres usar Photoshop? Págale a Adobe unos 30 dólares al mes y entonces tendrás acceso a un programa que siempre usa la última versión. Buena idea para Adobe, el fabricante del software, pero eso significa que jamás el software es tuyo. ¿Dejas de pagar? Deja de funcionar.
Y sí, probablemente reduzcan la gente que usa ilegalmente su software, pero habrán perdido mucha gente que en algún momento podría pensar en adquirir el software original. Es una cuestión simple de volumen. Mientras más gente use un programa habrá más probabilidades de que muchas de esas personas decidan eventualmente adquirir el software que usan. En mi opinión, estas empresas que buscan limitar a toda costa la piratería, salen perdiendo a la larga.