Hace unas semanas murió Jaime Almeida, uno de los periodistas que más sabían de música en México y que para muchos ochenteros fue nuestro gurú para conocer la historia de la música, desde Bach y Mozart hasta los entonces muy modernos Michael Jackson o Duran Duran.
A finales del año pasado me tocó sentarme junto a él en una cena y platicamos brevemente sobre la forma en la que hoy se consume música, y me decía que él era todavía de los románticos que disfrutaban tener entre sus manos la caja o la funda del disco mientras los escuchaba, además de que tenía libreros llenos de CDs.
Eso me hizo caer en la cuenta de que yo ya llevó varios años de haber pasado de ser un empedernido comprador de discos (en la cantidad que mi presupuesto lo permitía) a un típico consumidor de música en streaming del siglo 21.
Mi paso intermedio fue comprar música en iTunes, donde cada semana, religiosamente, compraba mínimo unas 10 canciones nuevas para ampliar mi lista, pero hace un par de años descubrí una herramienta que hizo que cambiara por completo mi forma de consumir música: Spotify.
Yo, que por allá de 2004 preferí comprar un MiniDisc de Sony en vez de un iPod porque “me gustaba tener los discos en la mano”, ahora disfrutaba de tener a la mano toda la música que había comprado en iTunes, ¡y unos millones de canciones más! Y como decía el comercial que escuchaba un par de veces por hora: “todo, gratis”.
Spotify me gustó tanto que el año pasado me animé a comprar el servicio Premium, con lo que pude escuchar en cualquier dispositivo la música que consumo unas cinco o seis horas diarias, incluyendo sábado y domingo.
Pero hace un par de semanas que se liberó el tan esperado Apple Music, que era, según leí en un tuit, “el Spotify de Apple”, decidí apagar Spotify y regresar con la manzanita que tantas satisfacciones me había dado hace unos años.
Pero ahora, después de varios días de probar, extraño como loco a mi Spotify; creo que es un sentimiento muy parecido a ese que describen aquellos pobres que extrañan a su exnovia cuando ya empezaron a andar con otra chava.
Hace más de una década, Apple cambió la forma de escuchar música, pero como le sucedió en otros aspectos, la competencia mejoró muchas de las experiencias que ofrecían los productos de la manzana, mientras que inspiró a crear otras compañías, como el mismo Spotify.
La experiencia de usuario y contenidos de Spotify hoy son muy buenas, ofrecen una navegación intuitiva y ordenada y se adapta fácilmente a las necesidades de cada persona.
Apple Music, me parece, es todavía restrictivo y, aunque tiene también un amplio catálogo de música, la forma de consumirlo no es tan amigable como el de la empresa sueca, quien, por cierto, no parece preocupada por la competencia.
Estos días me ayudaron a desempolvar mi música de iTunes (que estaba en Spotify, pero, digamos, acomodada de otra manera) y, creo, también desempolvaré mis discos para poder escucharlos a la antigüita… aunque sea un fin de semana.
Así que pienso darle unos cuantos días más a Apple Music, pero por lo que he visto hasta ahora, se me hace que terminaré regresando a los brazos de la sensual Spotify. Al menos me quedo con la satisfacción de haber probado algo nuevo.
Así de simple.