Ya sea en una clase de inglés, en un curso ejecutivo o en un juego de mesa, todos hemos jugado alguna vez a ser investigadores privados que tratan de esclarecer un crimen en donde el culpable no siempre es el mayordomo.
Ese mismo juego aplica en la vida real cuando nos enteramos de algún caso, como un asesinato, en el que no se sabe quién es el autor material del crimen ni cuál fue su móvil, pero todos tenemos una teoría de lo que pudo haber sucedido, la cual compartimos y discutimos con nuestros amigos en la escuela, en un café con colegas o en durante el desayuno con nuestros familiares.
Pero hoy, con las redes sociales, esas teorías se multiplican exponencialmente y, en conjunto con los medios de información tradicionales, se difunden todo tipo de versiones de manera mucho más rápida que lo que pueden avanzar las investigaciones oficiales de algún caso.
Esta enorme diversidad de versiones hacen que la realidad se diluya, ya que se ponen sobre la mesa tantas posibilidades, que la que puede ser real es sólo una pequeña pieza de las miles que se crearon al construir los posibles escenarios. Mientras tanto, los verdaderos responsables tienen tiempo suficiente para desparecer y permanecer impunes durante unos días o todo el resto de sus vidas.
En el caso del asesinato del fotoperiodista Rubén Espinosa, la maquillista Yesenia Quiroz Alfaro, la activista Nadia Vera Pérez, la edecán Nicole (o Simone) y la trabajadora doméstica Alejandra, registrado el fin de semana en la colonia Narvarte de la Ciudad de México, hoy circulan en Twitter y Facebook centenares de historias sobre lo que pudo haber sucedido.
Así, en el mundo de las redes sociales existen varias “verdades” construidas con base en pedazos de los hechos y que hasta convencen plenamente a sus autores, o lo que es lo mismo, cada quien elige la versión que le parezca más convincente con base en sus creencias, experiencia o deseos. El consenso en estos casos no existe.
Bueno, sí existe un consenso entre los usuarios de las redes sociales: nadie cree las versiones oficiales y periodísticas, porque en las redes sociales tiene más valor lo que dice alguien en quien confías, y hoy los medios tradicionales y las autoridades no gozan de mucho prestigio que digamos.
De tal manera que cuando se difunda una versión oficial de las autoridades encargadas de investigar este hecho, sea verdadera o no, nadie la va a creer, porque cada quien ya tiene su propia historia, y ahora, a través de las redes sociales, puede buscar a otras personas que coincidan con su propia versión de los hechos.
Así que las redes sociales, dentro de toda su pluralidad y libertad, todavía no ayudan a alcanzar uno de los deseos más anhelados en la historia de la humanidad: encontrar la verdad.
Así de simple.