Por donde vivo hay una cantidad de puestos -casi uno pegado al otro- donde venden películas piratas. Llaman la atención los títulos de las mismas, las cuales son, por una parte, las películas que hoy en día están en cartelera. Hay además, películas un poco más antiguas y los clásicos del cine internacional. Si uno se adentra dentro del puesto en cuestión puede ver entonces todos los títulos de películas porno que uno no hubiese imaginado ni en sus más perversos sueños. La cantidad de títulos en total -podríamos decir- equivale a una buena cantidad de años de todo el cine que se ha filmado en el planeta.
“¿Cuánto cuesta una película pirata de las que está en cartelera?”, pregunté. “Diez pesitos, patrón”, me dijo el dependiente. Y entonces me atreví a comprarle una. Le pregunté al vendedor: “¿Se ve bien?”. Respuesta: “Sí, si no, se la cambio”. Y me fui con una película “pidata” que viene sellada en una bolsita transparente de celofán. Dentro de ella viene un DVD y una portadilla a color con la carátula oficial de la película. En el reverso de la portadilla vienen los créditos de la película, la empresa productora, etcétera. Es increíble la manera en que en este país se distribuyen los contenidos de forma pirata, porque además de todo, lo hacen en plena luz del día enfrente de la autoridad.
Un DVD cuesta un par de pesos si se compra al mayoreo. ¿Cuánto puede salir la portadilla a colores y la envoltura de celofán? ¿Un peso quizás? Es decir, que más o menos el vendedor se lleva siete pesos de cada diez que vende, un 66% de ganancia. Nada mal, pero para que sea negocio debe vender mucho… Y probablemente lo haga.
Pero ¿cuál es la calidad del contenido pirata adquirido? Bueno, probablemente dependa del tipo de película que haya comprado. La que yo adquirí, al ponerla en el reproductor de DVD aparece mostrando un menú de acciones. Le pedí entonces que le diese “play” a la película y oh sorpresa. Sí, es la película de la cartelera, pero está grabada directamente del cine. Vamos, se ven las siluetas de las personas que entran al mismo, con sus palomitas y refrescos. Es hasta gracioso. Para colmo, quien filmó la película desde su butaca, no muestra en ocasiones la parte completa de la pantalla. No sé si esto es porque se distrajo o porque no se da cuenta que solamente filma un pedazo de la pantalla en el cine. Resultado final: diez pesos mal gastados porque lo importante, la reproducción del contenido pirata, resultó que no es de un original de DVD, sino de un “vivales” que grabó el filme sin la mínima calidad.
Y sí, ya sé que alguien me dirá que eso me pasa por comprar películas piratas. En realidad no es mi costumbre, porque a mí me gusta ir a la sala de cine y ver en la enorme pantalla la cinta que quiero ver. Mi experimento -al menos con esta película que adquirí- no resulta un peligro para quienes trabajaron en ese proyecto que ahora se muestra en las salas cinematográficas, porque la calidad de la película “pidata” es deplorable.
Pero más allá de eso, pienso que el mercado pirata cumple con una reclamo social. Mucha gente, que vive literalmente al día, ni siquiera puede ir al cine porque éste es tan caro como un salario mínimo al día (sin contar refrescos, palomitas, transporte) y si lo pensamos, el cine sigue siendo una de las diversiones más baratas en nuestro país. Una película de diez pesos es la sexta parte de una entrada al cine. Con el resto de lo que cuesta la entrada, el comprador puede comprarse su coca cola y sus palomitas de microondas. Sí, pero de nuevo es engañado, porque le dan un producto lamentable que no vale siquiera esa sexta parte de su salario mínimo.
Por ello lo ideal es no comprarles a estos personajes que tienen un infinito catálogo de películas, porque no sabemos ni la calidad que venden. Lo mejor es en todo caso ir al cine o quizás comprar el DVD en una tienda comercial que finalmente garantiza lo que vende. “Lo barato sale caro”, dic e un amigo, y esto parece pasar con todos estos puestos piratas. ¿O alguien tiene una buena experiencia con este tipo de vendedores?