Esto es, que por más interesante y capaz que sea nuestro dispositivo (y dado el entorno convergente es cada vez más difícil definir los equipos, pero pensemos en handsets, smartphones, netbooks, tablets, etc), es decir, que tenga WiFi, GPS, 3G, cámara de tantosmuchosmegapixeles y demás bondades tecnológicas, la diferencia la seguirá marcando la calidad y variedad de aplicaciones que podamos realizar con el mismo.
Inventos como la mensajería instantánea nos migraron de los horribles chatrooms a conversaciones más agradables; así como las aplicaciones de GPS con indicaciones vuelta por vuelta (turn-by-turn) han dejado los viejos mapas de las ciudades obsoletos y han agregado valor a nuestros dispositivos.
Ahora también las consolas de videojuegos se vuelven más versátiles y sirven para navegar por internet y como centros multimedia; no dudo que en un futuro descargues aplicaciones para procesar documentos y archivos desde tu misma consola porque es posible.
Entonces, el reto al que se enfrentan todos los fabricantes de equipos actuales es atraer desarrolladores de aplicaciones para su dispositivo y de esta forma expandir el potencial que tienen los mismos.
Por eso, me atrevo a transformar el viejo dicho de los libros y las portadas a: “No juzgues un aparato sólo por su hardware”.