Facebook y Twitter, dos de las redes sociales más usadas en el planeta, están llenas de seres humanos hipócritas, en donde dicen ser defensores de la vida, de sostener los valores que nos enaltecen como raza pero, en realidad, son tan falsos como una moneda de tres pesos (porque sí hay monedas de dos pesos). Vemos, por ejemplo, imágenes de perros abandonados que buscan que alguien los adopte y entiendo el sentimiento, es feo ver a un animal desamparado dependiendo de la posibilidad de que alguien lo cuide en su hogar. El exceso de animales callejeros, particularmente perros y gatos, es un problema que lleva muchos años en la Ciudad de México, por ejemplo.
E igualmente, vemos que se enardecen los ánimos contra los que les gusta la tauromaquia. Debo reconocer que a mí no me hace feliz que a un animal como un toro, con más de 500 kilos de peso, sea vapuleado, disminuído a base de arponazos en su lomo, que le van quitando fuerza, todo para que un personaje vestido de manera extraña, demuestre su hombría, haga una faena y como premio mate al toro y corte orejas y rabo del animal a manera de trofeo. Y sí, a muchos nos parece deleznable esa práctica, pero jamás pensamos en cómo matan a los animales en los rastros. Se supone que son expertos en matar a los animales que nos comemos, sin dolor. Pero la realidad en los rastros mexicanos es atroz. Pero de eso mejor no hablamos, porque es feo. Ahí los derechos de los animales simplemente no existen y tampoco se ven seres humanos defendiéndolos. Vamos, que si vemos un video de cómo matan un animal en un rastro nos alarmaremos, y entonces saldremos con una virulenta andanada de comentarios contra semejante salvajada… que ocurre diariamente y de la cual jamás decimos nada. ¿Y por qué no decimos nada? Porque en el fondo nos comemos a los animales que matamos. Es la ley de la vida. ¿Que le vamos a hacer? Sí, no es deseable que mueran con sufrimiento, pero nos olvidamos de eso cuando nos zampamos un rico filete con papas, ¿verdad?
Y podemos ir más lejos. Podemos reclamar que se usen animales para la investigación de cosméticos. Suena ridículo en algún sentido que les echemos a conejos y ratones toda clase de polvos y líquidos a ver qué les pasa en la piel, pues de esos resultados dependerá la fabricación de algún producto de belleza para las mujeres. Y podremos decir misa y renegar de esta práctica, pero podrá más la vanidad humana antes que la protección de ¿los derechos? de los animales. ¿O no?
Y puedo ir más lejos. Leo el caso de un entomólogo, Piotr Naskrecki, que trabaja para el Museo de Zoología Comparativa de Harvard. Su última expedición lo llevó a la selva de Guyana, donde se encontró con una araña, la Theraphosa blondi, conocida como “araña Goliat”. Sus patas se extienden casi 30 cms. y pesa unos 170 gramos, casi tanto como un cachorro pequeño. Naskrecki tomó un especimen, lo sometió a un proceso de eutanasia y lo preparó para ser preservado y exhibido en un museo de Guyana. Pero fue probablemente la desafortunada metáfora con el cachorro lo que convirtió el blog de Naskrecki en un campo de batalla durante las últimas semanas.
Y los comentarios en su blog siguen llegando, a pesar de que el entomólogo ha explicado una y otra vez lo que hizo y porqué lo hizo. Tal vez fue la comparación con lo del cachorro lo que encendió los ánimos. Los que entran a su blog le piden que no mate animales, sino que haga versiones tridimensionales de ellos. Otros esperan que miembros de la familia del científico deberían ser asesinados y exhibidos en museos, y cosas por el estilo. En otras palabras, se trata de un caso perfecto para ver la dinámica del Internet en acción: un montón de gente preocupada súbitamente, que sólo espera el siguiente escándalo para ejercer el comentarismo virulento e ignorante de siempre, ignorando metodologías de estudio científico, experiencia de campo, e incluso la más elemental gramática.
Y Naskrecki se defiende diciendo: «Matamos miles de organismos sin darnos cuenta. Mira las instalaciones eléctricas y lámparas de tu casa o el radiador de tu auto, llenos de insectos y arañas muertas. Esa autopista por la que vas a trabajar: cada milla equivale a millones de animales y plantas que fueron exterminados durante su construcción (y si vives en un área altamente endémica, como California o Nueva Zelanda, su construcción probablemente contribuyó a llevar a ciertas especies al borde de la extinción). El tofú que comes porque comer carne es asesinato: probablemente viene de Brasil, donde gigantescas plantaciones de soya extendiéndose de un horizonte a otro han reemplazado las selvas y llevado a la desaparición a miles de especies».
Y el científico concluye: “Es muy sencillo estacionarse en el caso individual de un organismo sometido deliberadamente a eutanasia. Lo hacemos porque es emocionalmente conveniente –es mucho más fácil sentirse superior cuando podemos señalar con el dedo a alguien que lo hace concientemente, incluso por una razón buena, justificable, pero no queremos pensar en esos trillones de animales y plantas que matamos en virtud simplemente de ir a la tienda.”
Ahí está pues ilustrada la hipocresía en la red. Díganme que me equivoco.