Yo por mucho tiempo he pensado que las redes sociales es una de esas tecnologías que les hemos dado muy mal uso. Facebook, por ejemplo, está lleno de gente que copia noticias de los muros de otros sin siquiera revisar la veracidad de la información. Sale un sitio web de dudosa calidad, anunciando la tercera guerra mundial, lo cual lo hace además con un cartel de una serie de misiles que están cayendo en alguna ciudad importante, y entonces muchos facebukeros copian la información, comparten el muro, ponen comentarios como «¡qué desgracia!», y hacen en ocasiones virales noticias que son francamente simples notas para alarmar, para que la gente entre y las vea, para ganar así tráfico en la red.
Hay otros que por ejemplo, comparten el video presumiblemente tomado con una cámara de seguridad en alguna calle de un país oriental. En el video se ve un camión que aparentemente choca con una motocicleta, pero en el instante de la colisión, hay un brillo en el momento del contacto y de pronto aparece la motocicleta a un lado de la carretera con un nuevo acompañante, el cual parece que evitó de alguna manera dicha colisión. Y entonces los encabezados son como estos «Un ángel salvador», «Que alguien me explique este video», etcétera. Me llama la atención que estando en Internet, con Google en la punta de los dedos, no sean capaces de hacer alguna búsqueda sobre el video mencionado. Todo se resuelve cuando llega alguien y les dice que ese video es un anuncio de un programa de televisión de ese país en donde ocurre.
Y situaciones lamentables reciben todo el eco en las redes sociales, como el caso de los refugiados sirios o bien, de la masacre de franceses por unos islamitas locos. En este último caso, hasta Facebook le permitía a sus usuarios que pusiesen sobre su foto de perfil la bandera francesa, a manera de solidaridad. Y sí, es una manera de sentir que la gente hace algo cuando la verdad, no podemos hacer nada. De ahí que estos atentados lleven una buena carga de impotencia y frustración, porque nadie puede evitarlos de manera fácil. Pero la realidad es que esta acción de los colores de la bandera en cuestión en las fotos de los perfiles es como el «me gusta», que no sirve para nada, que nomás nos hace creer que somos mejores personas cuando en realidad no hacemos más que seguir moviéndonos en lo que ponen en la red social.
Por ello me llama la atención que en los últimos años, pareciera que estos revolucionarios de sillón, esos que no quieren se molestados de su comodidad de su casa, han terminado por permear en el ánimo de algunos eventos que ocurren anualmente en el país, como el Teletón. Nadie puede dudar que la idea de ayudar a niños con discapacidades sea buena y que ahora, además, quieren ayudar a los niños con cáncer y los que tienen autismo. Y todo eso está muy bien, pero hay puntos que no checan de todo, por decirlo de manera coloquial.
Hay que recordar que el Estado está obligado, y su obligación es irrenunciable, a dar los servicios de salud a sus ciudadanos. De hecho, es el artículo 4 constitucional quien garantiza el acceso a la salud de todos los mexicanos. Pero como esto es una ley inútil, que nadie respeta, que se la pasan todos por el arco del triunfo, entonces sale la sociedad civil a organizarse y propone el Teletón. Televisa genera una fundación que se encargará de todo esto y año con año, en una transmisión de más de 24 horas, vemos pasar niños discapacitados, locutores enardecidos exigiendo al respetable que «se moche», lloriqueos, etcétera. Un espectáculo poco agradable pero necesario, porque para que la gente done hay que tocar sus fibras sensibles y ¿qué más triste que un niño con problemas físicos?
Pero desafortunadamente hay más. Se supone que los donativos son deducibles de impuestos, pero a la gente la hacen donar hasta por teléfono. Por años, en las redes sociales, se habló que Televisa era quien se encargaba de deducir los 400 y pico millones de pesos que más o menos se recaudaban cada año. Ante las quejas de esa nueva población virtual, mucho más crítica, el Teletón ya menciona cómo hacer deducible los donativos, tratando de transparentar el asunto, pero ya es tarde.
Y las redes sociales, y sus críticas al Teletón parecen haber permeado definitivamente, y tan es así, que el año pasado Carlos Loret de Mola echaba ya casi al cerrar las transmisiones del triste espectáculo, un rollo intragable sobre que los niños no tenían la culpa de nada y que ellos serían los más perjudicados (porque no parecía que llegarían a la meta de recaudación). Pero claro, ¿cómo no van a permear las críticas cuando se tienen «casas blancas» y no sólo de Angélica Rivera, sino de algunos de sus ilustres personajes de este gabinete que nos gobierna? Antes de echarle la culpa a la gente que ha criticado al Teletón por su falta de transparencia -que era tan evidente que la han querido solapar con espectaculares de «Caénos, visita un CRIT»- deberían haber pensado en hacer las cosas de otra manera.
Al final de cuentas, parece ser que por primera vez debo reconocer que las redes sociales han hecho una interesante tarea crítica que de alguna manera ha logrado entonces que la gente no crea todo lo que le dicen en la televisión y que rechacé entonces -como en el caso del Teletón- donar para esa causa que repito, por sí misma no está mal, vamos, es loable, pero no como lo han hecho los actores políticos y mediáticos que gobiernan este país.