Hoy la tecnología está en toda partes. Los teléfonos celulares inteligentes parecen ser casi cotidianos y el acceso a Internet es casi omnipresente. Y a partir de ahí, las empresas que fabrican teléfonos celulares o que hacen apps, buscan ser parte del consumidor de formas que la mercadotecnia parece dictar.
Por ejemplo, yo tengo una computadora PC con sistema operativo Windows. Es el sistema más usado en el mundo y la base instalada es del 84%, aproximadamente, probablemente más. Hay quien tiene una computadora Macintosh, de Apple, sistema que no rebasa el 16% de base instalada en todo el planeta. Pero la mercadotecnia de Apple les ha hecho creer que cada Macintosh es una especie de máquina portentosa, infalible, hermosa, sin problemas de ninguna clase. Pero más aún, les han hecho creer a esos consumidores que son únicos e irrepetibles y que tienen no una computadora, sino todo un «ecosistema» formidable que nunca falla y que cuando falla, es culpa del usuario.
Y entonces ocurren discusiones casi bizantinas en las redes sociales sobre qué sistema operativo es mejor y en muchas ocasiones se llegan a los insultos. Y mientras unos hablan de que su sistema tiene mucho más software que el del antagonista, este último habla de la calidad de los productos que adquiere que sí, son costosos, pero «yo los valgo», terminan por concluir.
Y así, de pronto, hallamos que estas discusiones sin sentido se trasladan al ámbito de los celulares. Y Apple, por ejemplo, que ha logrado consumidores cautivos a los que se les puede vender todo y que son capaces de hacer cola una semana antes de que se venda el nuevo teléfono en la tienda de la manzana, apelan a que los iPhone son mucho mejores que cualquier otra marca e incluso no falta quien dice que «le puse un teléfono Android a mi hija y a la media hora lo dejó de usar por inservible» y linduras de esta naturaleza. Y todo es parte de esta propaganda que los mercadólogos han trabajado intensamente y que muestran estos resultados.
Y si no lo creen, estimados lectores, vean el siguiente video en donde la empresa Payless, que vende zapatos en Estados Unidos a precios muy económicos, se inventaron una tienda sofisticada, poniendo precios a esos zapatos por precios 1800% más costosos. Invitaron a YouTubers e influencers que cayeron en la trampa, que se creyeron todo el show que montó la compañía de zapatos. Cuando se les dijo la verdad a los que habían adquirido «sofisticados» zapatos, cuando se trataba de zapatos de bajo costo, no lo podían creer. Los hicieron quedar en ridículo aunque como consolación, les regalaron los zapatos adquiridos.
Y el ejemplo es interesante porque nos muestra cómo actuamos y cómo somos. Y por eso tenemos cines platinum y cines para el peladaje, o colas de banco para los mortales con dinero de los mortales y colas para los clientes premier, en donde su dinero parece que es de otro mundo. Y es por eso que la gente paga no sé cuanto por ir, muchas veces, a la premier de una película, la alfombra roja, y verla antes que los demás, y con tantita suerte, salir en los medios como «invitado de honor», cuando en el fondo los mercadólogos están vendiendo «status», categoría, exclusividad, que no son más que adjetivos calificativos para que la gente crea que es especial.
Y es por eso que me sigue llamando la atención cuando recibo un mensaje que dice: «Enviado desde mi iPhone», casi marca registrada de Apple, aunque con ese mismo criterio también me han llegado mensajes que dicen: «enviado desde mi Windows 10», cosa que hasta me da más risa. Pero he ahí el punto: ¿en qué momento fue más importante el dispositivo con el que se manda un mensaje que el mensaje mismo? ¿En qué momento nos creímos todas estas babosadas que la mercadotecnia nos hace creer casi a diario? Explíquenme.