El mundo de la tecnología es sin duda sorprendente. Hoy podemos tener en nuestras manos un dispositivo como el teléfono inteligente, el cual tiene más poder de cómputo que las computadoras que se usaron para llevar al hombre a la Luna. Hoy un smartphone es miles de veces más poderoso que la mejor computadora PC de los años 80. Vamos, que estamos ante una de las grandes revoluciones, la digital, que nos permite hacer cosas que antes francamente sonaban imposibles.

Pero todo esto depende de que exista la electricidad, la cual damos por un hecho. Es más, cuando se va la luz estamos en un problema porque no podemos hacer prácticamente nada. Y si a eso le aunamos las dificultades que pasamos cuando por ejemplo, se cae WhatsApp, entonces de pronto nos convertimos en seres inútiles y la necesidad de usar nuestros sistemas de comunicación modernos nos han hecho olvidar que todo este entorno nos hacen la vida más fácil para hacernos ver como esclavos de nuestros propios instrumentos, dispositivos y herramientas.

Tengo ejemplos cotidianos: en la Facultad de Ciencias, donde doy clases, en mi salón hay un proyector con su pantalla, la cual antes, se subía y se bajaba vía una cuerda atada a la pantalla. Hoy me la cambiaron por una pantalla con un pequeño motor que sube y baja la misma directamente. ¿Era necesaria? No lo creo. Este dispositivo gasta energía eléctrica innecesariamente.

Otro ejemplo: veo el anuncio de un dispositivo para que me dé el hilo dental al apretar un botón. El hilo sale con la longitud programada y lo hace a través de un pequeño motor instalado en el sistema. ¿Necesario? Tampoco. Es esta posmodernidad que nos tiene que abrumar con todo este catálogo de dispositivos francamente innecesarios.

Uno más, la bolsa aquella que se promovía en Kickstarter para que al poner el agua para bañarnos y esperar que se calentara, pues guardaba el agua para no desperdiciarla. Como dije en su momento, este dispositivo existe desde hace siglos y se llama “cubeta”. Claro, la cubeta no tiene incluida una app para ver cuánta agua hemos ahorrado pero la verdad, la idea de la bolsa es una vacilada de alguien con demasiado tiempo libre.

Las apps por su parte, también hacen su trabajo en esto de hacer cosas por demás inútiles. Por ejemplo, tengo una que me permite usarla de cronómetro para que al cepillarme los dientes me mida los dos minutos recomendados para hacer el cepillado. Algo -seamos sinceros- bastante tonto de verdad, pero que la empresa que vende un cepillo de dientes eléctrico me incita a descargar para así tener el “kit” completo y lavarme los dientes como un “profesional”. Hay otras apps que son inútiles pero simpáticas, como la que simula ser un vaso de cerveza. Es graciosa por un rato pero es absolutamente prescindible. Y el problema no es esta app, sino la cantidad de ellas que francamente no sirven para nada.

Hoy la tecnología, gracias a la miniaturización en electrónica, nos quiere vender cuanta tontería se les ocurre: regaderas que controlan el gasto del agua que hacemos, que bien podemos hacer sin necesidad de gastar unos 100 dólares para instalar este hipermoderno dispositivo. Vamos, que es una cuestión de sentido común pero que la manera en como se nos presentan las cosas nos hacen desearlas aunque sean bastante inútiles.

Y mientras escribo esto recuerdo esos marcos electrónicos que eran como pantallas para desplegar fotos a la mejor manera de Power Point. Así, no teníamos ya solamente la foto familiar, sino un sinfín de fotos que el marco electrónico desplegaría cada cierto tiempo. A mi madre le regalaron uno alguna vez. Pusimos en la memoria de ese juguete cientos de fotos. Hoy el famoso dispositivo está por ahí guardado o arrumbado. Sirvió cuando fue novedad. Hoy ni quien le interese semejante gadget.

Creo que así como se nos pide que ahorremos agua, o gastemos menos energía eléctrica incluso impulsando la idea a través de la farsa de “démosle un respiro al planeta” apagando la luz de las ciudades por una hora una vez al año, debemos empezar a ser más racionales en el uso de lo que nos rodea. Realmente el mundo no es ilimitado en bienes, aunque así nos parezca. Quizá es un buen momento para reflexionar antes de que sea demasiado tarde.