La primera vez que vi una impresora 3D quedé enamorada. Hace dos años, la feria de tecnología CES dedicó un pequeño espacio a este concepto que dejaba de ser futurista y se convertía en un tema accesible para (casi) todos. Cualquiera con 2 mil dólares puede comprar una impresora 3D, descargar un software para hacer sus propios modelos o alterar libremente los de otros, comprar los materiales para imprimir (PLA, ABS), tener mucha paciencia y ¡Voilá!, así han surgido prótesis (de humanos y animales), casas, armas de fuego, plumas, prototipos de autos y vestimenta. En este último punto, dudo mucho que algún día veamos gente usando blusas, bikinis o pantalones impresos en 3D como parte de su outfit cotidiano. Básicamente porque su creación requiere mucho dinero y esfuerzo en comparación a ir a cualquier tienda y escoger una prenda.
Este año, la feria de tecnología CES exhibió el vestido SHIGO hecho con una pluma 3D Doodler. Inspirado en conchas de mar, las diseñadoras de Hong Kong primero hicieron el diseño, lo imprimieron, montaron en maniquí y durante tres meses trazaron manualmente línea por línea hasta “rellenar” las conchas de mar. El precio no fue revelado, seguro no fue barato. Un paquete de plástico PLA cuesta 10 dólares y tiene 25 líneas de 25 cm. ¿Cuántos necesitaron para hacer la prenda? Ni idea, pero seguro más de uno. Abaratando las cosas, supongamos que el vestido cuesta mil pesos…¿qué pasa si se mancha?, ¿cómo hacer que no envejezca con los años?, ¿cómo se vería en gente real? ¿será a prueba de comidas? (por aquello del botonazo).
Y qué me dicen del “vestido araña de Intel”. Impresionante. Este fue hecho por la diseñadora Anouk Wipprecht’s, combina impresión 3D y tecnología vestible o wearable technology. Se hizo con la idea de mostrar las emociones y proteger el espacio personal. (Seguro se lo veremos pronto a Lady Gaga). La buena noticia para l@s mortales es que no necesitamos cuerpazo para usar joyería y accesorios impresos en 3D.