Estaba navegando por Internet, como cualquier otro día, y vi que en las tendencias figuraba el aniversario número 40 del Walkman y fue inevitable sentirme vieja.
Muchos recuerdos llegaron a mi cabeza. Veía que muchos de mis amigos tenían un Walkman y lo llevaban a la escuela para presumirlo. Evidentemente no existía Spotify, ni nada de eso.
El Walkman era una de las únicas alternativas para escuchar música en cualquier lugar, así que le insistí mucho a mi padre para que me comprara uno.
Lo recuerdo muy bien. El patriarca le compró un Walkman a mi hermano y otro a mí. En realidad ni teníamos tantos cassettes; de hecho creo que sólo contábamos con algunos de Luismi, quizá uno que otro de José José y unos cuantos de rock clásico que mis padres disfrutaban en sus grabadoras.
Por ello, yo quería uno que fuera especialmente para mí y ahí fue cuando pedí, con gran entusiasmo, que me compraran la cinta de CriCri. Me sentía la persona más «cool» del planeta escuchando al grillo cantor.
Me ponía mis audífonos y me encerraba en el cuarto o llevaba mi Walkman a todos lados; desde viajes en carretera, hasta un simple recorrido en la ciudad.
Yo tenía tan solo 5 ó 6 años, así que puedo reconocer, sin miedo a ser juzgada, que las primeras canciones que logré memorizar por completo fueron las de CriCri porque si algo era genial en las cajitas de los cassettes es que tenían las letras de todas las canciones y esa cinta vaya que contaba con todos los éxitos.
¿Se han puesto a pensar en lo cruel que era CriCri con la letra de sus canciones? Todas son súper oscuras y turbias y no es de sorprenderse, ya que el mismo compositor admitió en diversas ocasiones que odiaba a los niños y yo muchas veces me encerré en mi recámara para llorar con «La muñeca fea» porque me dolía crecer y que no me interesaran ya mis juguetes. Quería ser niña para siempre.
Aunque sufriera con esa y muchas otras canciones de CriCri, yo lo disfrutaba muchísimo; de esos dolores que realmente gozas, sientes en las entrañas y te hacen sentir más vivo que nunca.
Otro recuerdo que asocio mucho a mi Walkman es, sin lugar a dudas, el patín del diablo. El mío era azul metálico con ruedas que prendían de colores; obvio me sentía la niña más empoderada y envidiada del barrio.
Yo sólo anhelaba llegar de la escuela para salir a dar unas vueltas con mi patín, poner el Walkman en mi pantalón, colocar los audífonos y a darle.
Sí, escuchaba CriCri mientras me sentía súper ruda en el patín del diablo. Sólo puedo decir que es uno de mis recuerdos más bellos de la infancia, hasta que cambié mi Walkman por un Discman y el Discman por un MP3 y el MP3 por un iPod y así sucesivamente.
El Walkman ha quedado sepultado en el olvido, pero lo que nunca se borrarán son las memorias que tenemos de él.
Además, tenemos a la cultura popular que se ha empeñado en recordarlo y lo agradecemos. Gracias, Guardianes de la Galaxia y Peter Quill por enseñarnos que un Walkman aún puede ser gran motivo de felicidad.