Pero con este nuevo elemento digital, aparecieron los piratas de los contenidos, en particular de aquellos que tenían que ver con la música, que probablemente fue la primera víctima. Con la aparición del Walkman primero, y más adelante con los iPods y reproductores digitales de audio, se inició un intercambio indiscriminado de música digital, que para colmo, se pudo hacer cada vez más víable cuando salieron los esquemas de compresión de datos como mp3.
Luego llegaron los contenidos en video, que de nuevo fueron el nuevo blanco de los piratas digitales. Aparecieron entonces quienes copiaban DVDs o incluso series completas. Hoy ni siquiera requieren de un medio físico. Hay sitios en la red, «torrents», que contienen una cantidad innumerable de películas, incluso las de estreno, que se pueden descargar a las computadoras propias y verlas cuando lo queramos y sin pagar un peso por ello.
Desde luego que antes de estos dos tipos de contenidos digitales, ya los piratas copiaban indiscriminadamente software, programas para diferentes plataformas, cuyo costo en general era prohibitivo. Por ejemplo, 3D Studio costaba unos 3 mil dólares, obvio candidato de los piratas.
Pero el último botín de los piratas son los que comparten libros en formatos digitales, PDF o ePub, por ejemplo. Al inicio de este pirateo de libros, los que se dedicaban a estas cuestiones, escaneaban los libros con sus dispositivos caseros y con un programa determinado, pegaban cada foto y armaban un archivo en format PDF, que pónían en sitios web o depósitos de contenidos digitales.
Las respectivas industrias: de música, de programas de computadora, de películas y las editoriales, de pronto están enfrentando a un monstruo de mil cabezas, a una batalla perdida. Por ejemplo, la industria disquera profirió amenazas, castigos severos, etcétera. Con el tiempo se ha demostrado que todas estas acciones han sido inútiles. La piratería de música es incontrolable.
Pero entonces… ¿qué hacer? Quizás la solución esté en cambiar el modelo de negocios. Por ejemplo, Apple, cuando sacó su concepto de iTunes, vendió el primer día (en el 2003), un millón de canciones. No vendía ya discos completos, sino la unidad era la canción. Diez años después, Apple ha vendido unas 25 mil millones de canciones (a dólar). Y fíjense, no parece importarles si la canción es de un famoso tenor o de Gloria Trevi. No hace distinciones en calidad. Simplemente la canción cuesta un dólar… Y venden, y venden mucho.
Y este modelo parece ser mucho más funcional que el que trabajó la industria disquera por muchos años. Por ello, se me ocurre que bien podría extenderse a los libros. Por ejemplo, los programas, las apps para la plataforma móvil de Apple cuestan entre 3 y 10 dólares, siendo el promedio de unos 4 dólares (y sí, hay apps muy costosas, pero estoy hablando de las apps más usadas y las más comunes). Y venden, y las proyecciones de ventas de apps para los siguientes años hablan de que venderán tantas apps como música digital. Así pues, la idea sería vender libros entre 7 y 10 dólares por ejemplo (en versión digital). Hoy en día las diferencias entre la versión de papel no son tan extremas. Por ejemplo, un libro en papel puede costar 30 dólares y su versión electrónica 27 dólares. 3 dólares de diferencia no parece ser una oferta atractiva. Quien quiera su libro en papel, pues que lo compre, pero quien quiera la versión digital, ésta cuesta tan poco que es probable que otros no dudarían en comprarla también.
En pocas palabras, ¿qué es más fácil, vender algo de mil o pesos o mil de a peso? Parece ser mejor idea la segunda, porque si no vendo 1000, a lo mejor vendo 850 y vamos, tampoco estaríamos hablando de un fracaso de ventas, ¿verdad? Este modelo parece ser mucho más efectivo y factible en este mundo inmerso en la compartición de contenidos digitales con pocas o ninguna traba. Podría hacer levantar el negocio de las editoriales, de las películas. ¿O me equivoco?