Ophelia Morgan-Dew es una niña de tres años, que ha hecho el examen de Mensa, una sociedad que se especializa en medir el coeficiente intelectual de las personas y aglutinarlos en una especie de club de los más inteligentes del planeta. El examen aplicado por la famosa sociedad dura dos horas y hay que contestar 40 reactivos de opción múltiple. Cada reactivo propone resolver un problema de lógica. Aparecen dibujos de círculos, círculos con rayas verticales, con rayas horizontales, con rayas en diagonal y se trata de que el que hace el examen encuentre el siguiente dibujo de la secuencia.
La niña de apenas tres años es la más joven a la fecha, de haber sido aceptada en esta sociedad de superdotados, y sí, es en alguna medida asombroso porque muchos de las preguntas a resolver exigen de mucha lógica y capacidad para poder entender la secuencia de figuras que aparecen.
171 puntos de IQ es mayor que el de Einstein, aunque la realidad es que el físico más importante del siglo pasado nunca hizo semejante examen. Sin embargo, se le adjudica unos 160 puntos, que lo ponen muy por encima de las puntuaciones que supuestamente son de personas muy inteligentes, que empieza en 132. Una persona normal tiene unos 100 puntos de IQ.
La madre de la criatura, Natalie Morgan, ha dicho: «Empezó a decir los colores, las letras y los números muy pronto, en comparación con la mayoría de los niños». Dice, sin embargo, que no se percató del prodigio que tenía hasta que la niña fue a la guardería y de ahí a un psicólogo de niños superdotados.
Los padres de la pequeña dicen que pronunció su primera palabra a los 8 meses y que es capaz de recordar acontecimientos que le sucedieron antes del año. Sin embargo, sus progenitores no quieren que se exhiba a la niña como fenómeno de circo: «Le gusta corretear, jugar con sus primos, saltar en colchonetas… Cosas normales en una niña a esa edad», aunque después aclaran: «Parece que comprende y asimila todo mucho más rápido de lo normal. Es como hablar con una persona de 19 años».
Desafortunadamente estas historias de pequeñas superdotadas son, por una parte, muy atractivas para el público, pero tanto como quienes las escriben, olvidan o no saben que el coeficiente intelectual fue una medida que se inventó para limitar la entrada de los inmigrantes a los Estados Unidos. Stephen Jay Gould lo aclara con toda precisión en su libro «La Falsa Medida del Hombre» en donde investiga «la abstracción de la inteligencia como una entidad única, su localización exclusiva en el cerebro, su cuantificación para cada persona y el uso de estos números para ordenar a las personas en una escala de valor, para invariablemente descubrir que los grupos raciales, clases sociales o sexos oprimidos y en situación de desventaja son innatamente inferiores y merecen su estatus».
Dicho de otra manera, el Coeficiente Intelectual, (IQ por sus siglas en inglés), entró en el imaginario popular como una medida de la inteligencia, pero claramente no se tienen pruebas de que esto sea una medida que efectivamente muestre el grado de inteligencia de una persona. En ese mismo imaginario, a los grandes personajes de la historia, de la literatura, de la ciencia e incluso en algunos deportes y actividades como por ejemplo, el ajedrez, les asignan puntuaciones de IQ que son falsas, porque simplemente a los personajes a los que aluden no han hecho semejante prueba.
Por ello, hay que entender que la inteligencia es algo mucho más sutil y difícil de medir en un solo número. Si la pequeña Ophelia puede resolver un examen como el de Mensa, probablemente estemos ante un caso de una niña con facilidades increíbles, particularmente para cierto tipo de temas como la lógica, pero de ahí a pensar que estamos ante un nuevo Einstein es decir tonterías. Mientras el coeficiente intelectual sea una medida que se ha adoptado popularmente para indicar si alguien es inteligente y -además- mientras creamos que un número mide la inteligencia, pues vamos por el camino equivocado.